Los duelos accidentales que tienen que ver con la pérdida de personas, situaciones o cosas tremendamente importantes para uno, lo llevan a vivir un proceso de desgarramiento y recuperación.
Este proceso no es fácil ni rápido y debe de incluir sus tres etapas para que la herida sane por completo. Este proceso es lo que se conoce como “Duelo, Culpa y Reparación”. Qué hacer y qué es normal en cada etapa, nos explica la psicóloga del Parque del Recuerdo, Amparo Marín.
Duelo: Esta etapa se vive porque hay que penar la pérdida y no queda otra alternativa que llorarla, llorarla con el dolor que implica la soledad de algo que ya no se tiene, de algo que me quitaron o de algo que era mío pero ya no lo tengo aquí.
Culpa: Se vive porque inevitablemente, cuando uno pierde algo, se siente responsable. La culpa tiene que ver con toda aquella parte de la relación que es consustancial a las uniones humanas, en las cuales uno no se preocupó, no se entregó, no desplegó todo el amor que le habría gustado dar en la relación, y como somos absolutamente limitados, todas nuestras relaciones tienen esas carencias.
Reparación: darse cuenta de la limitación propia, tomar conciencia de que uno no es omnipotente, de que uno es un ser lleno de limitaciones y que no puede hacer más que lo que pudo hacer es fundamental para sanar. A partir de ahí empezar a reparar, arreglar la relación con la persona que se fue. En una relación, cuando se produce la separación, se activa una cantidad de sentimientos tremendamente turbulentos que hay que limpiar, que hay que reparar, que hay que arreglar a través del proceso de duelo.
Otras emociones presentes en el proceso son el dolor y el sufrimiento.
El sufrimiento: a raíz de una pérdida y el dolor mental que provoca se puede obtener el lado bueno de las cosas. Puede ser fuente de crecimiento mental, experiencia que ayuda a crecer o puede ser fuente de deterioro, que lleve al escepticismo, a la sensación de sin sentido, a un predominio de lo destructivo, agresivo y de la muerte.
El dolor psíquico y la angustia: que se vive es muy grande cuando se muere un ser querido es normal que se tenga la sensación de querer o poder morir, de que se acabó el sentido de la vida, es una amenaza que atenta a la existencia de la persona. Es un período de incertidumbre, acerca de qué va a pasar sin esta parte que se ha ido. Posteriormente viene la angustia de “y qué hice yo en la relación con él, cuánto fallé”. Cuánto fallé, tanto en lo que tiene que ver con la muerte propiamente tal, como con cuánto fallé en toda la historia que tuvimos en conjunto; todo esto opera en el proceso de duelo.
Como reconocer un duelo patológico
Las teorías más clásicas sobre el duelo, lo conciben como un proceso que pasa generalmente por 3 fases: de impacto o impasibilidad (de pocas horas a una semana), de depresión o de repliegue (de un mes a un año), y de recuperación o restitución (después del año).
Cuando ya ha pasado un año de duelo, la melancolía, tristeza prolongada, aislamiento y falta de ganas de retomar completamente el ritmo de vida, dan pie al llamado duelo patológico.
El duelo crónico es un proceso doloroso de respuestas aflictivas generalizadas, profundas y continuadas, derivadas de la pérdida de una persona con la que ha existido una relación afectiva cercana.
Se puede hablar de tres grupos vulnerables al tema:
Aquellos que establecen relaciones afectivas cargadas de ansiedad
Aquellos que establecen sus relaciones afectivas a través de cuidar compulsivamente a otros.
Aquellos que afirman de modo compulsivo, su autosuficiencia e independencia respecto de los vínculos afectivos. En base a estas características, estos tres grupos reaccionan –ante una pérdida- con culpa y en forma autocrítica por el suceso.
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