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¿Tiene sexo el cerebro?

LA DIFERENCIACIÓN morfológica y su expresión física entre hombre y mujer es tan evidente que no admite opinión. Tampoco sorprende a nadie, la diferente forma de responder, desde el punto de vista de la conducta, ante los mismos hechos de uno y otro sexo. Tan distintos podemos llegar a ser que la sensación de no entender el sexo opuesto está cobrando un espacio propio en cada uno de nosotros como si se tratase de una realidad inevitable ante la cual la única respuesta posible es la aceptación. Ahora bien, cabe preguntarnos acerca de la base biológica cerebral que avala esta evidencia. ¿Existe el dimorfismo sexual en relación con el funcionamiento de cada hemisferio cerebral?, porque si así fuese nuestras diferencias serían más llevaderas. Parece ser que la respuesta es afirmativa. La conducta tiene una base orgánica que está regida por el cerebro en cada uno de sus lóbulos. Nuestro cerebro es producto de la evolución y no ha cambiado desde que el primer Homo Sapiens moderno pobló la tierra hace 50.000 años. Las facultades de éste respondían a la selección natural en relación con las demandas del entorno. Cada acto y mutación le disponían para sobrevivir en las mejores condiciones posibles en su medio, conservándose en aquellos ejemplares más capaces cuya base genética, óptima para su desarrollo, imprimía su herencia genética para perpetuar la especie con ventajas evolutivas.

Debemos distinguir entre sexo y género. El sexo tiene una categoría biológica, en tanto que el género la ostenta gramatical y conductual (educación familiar, cultural¿). El sexo biológico está determinado por los genes y en ese determinismo se expresan estas unidades básicas de información hereditaria contenidas en el ADN. El cerebro se erige así en el órgano maestro del organismo a la base de nuestros pensamientos, sentimientos, placeres y displaceres, creencias, teorías y decisiones. Todo un compendio de lo humano elevado a la enésima potencia. Tanto es así, que en él se justifican todas las sensaciones que elaboramos en nuestro interior siendo el causante del equilibrio controlado o de la alteración más insólita ante cualquier situación vivida.

De ambos lóbulos cerebrales localizados como hemisferio derecho e izquierdo, respectivamente, depende la responsabilidad en la ejecución de conductas determinadas propias de cada cual. De este modo, las habilidades del lóbulo izquierdo tienen relación con el lenguaje, con el contacto ocular y la sociabilidad; en tanto que el lóbulo derecho se relaciona con una mayor destreza visuespacial o geométrica, la rotación y la orientación espacial ligada a la visión. Lo que llama la atención no es precisamente este dimorfismo cerebral en cada una de sus partes, sino el hecho que pone de manifiesto el neurólogo americano Norman Geschwind cuando plantea la hipótesis sobre la incidencia de la testosterona (hormona masculina) que circula en el feto como responsable de la tasa de crecimiento de ambos hemisferios. A mayor testosterona en la sangre fetal, mayor desarrollo de hemisferio derecho y menor del izquierdo. Hombres y mujeres somos cerebralmente diferentes. El mundo de las hormonas revoluciona, sin duda, el comportamiento de ambos sexos. Simón Baron Cohen plantea que las mujeres se diferencian de los hombres por un mayor grado de empatía con los demás. El cerebro de la mujer estaría mejor cableado para ejercitar la comunicación social mientras que el masculino lo estaría para analizar, explorar y construir sistemas en el orden que sea.

Para todos es evidente que la conducta de un niño y una niña son completamente diferentes en relación con las respuestas a los estímulos del medio, incluso en detrimento de la excesiva importancia que se ha concedido al medio ambiente en el que se desarrolla un ser humano, podemos seguir constatando que entre varios hijos de unos mismos padres, los comportamientos son muy distintos. Por otra parte, este hecho se manifiesta incuestionable en relación con la incidencia de diversas enfermedades en las que podemos advertir que afectan selectivamente a los sexos. Ejemplo de ellas son el autismo (que afecta diez veces más a los chicos que a las chicas), la demencia o la depresión (más frecuente entre mujeres tal vez debido a una mayor pérdida de conexiones neuronales), esquizofrenia (trastornos cognoscitivos curiosamente más ligado al hombre), la fibromialgia (más frecuente entre mujeres) y una larga lista que puede basarse en una diferente funcionalidad de nuestros cerebros.

Las diferentes misiones y roles ocupados por el hombre y la mujer desde el comienzo evolutivo (mujeres ligadas a las crías y su cuidado y hombres a la caza y trabajos que requerían fuerza física) han obligado filogenéticamente hablando a un reparto de funciones que duran hasta el momento presente por mucho que intentemos intercambiarnos las que han venido perteneciendo a cada cual a lo largo de la historia. Durante la evolución hemos adquirido más grado de libertad que otros animales cuyo cerebro es menos complejo que el nuestro. Ahora bien, la libertad que está en contra del determinismo que rige la naturaleza, es probablemente una ficción cerebral que ha llevado al hombre a construir todo un mundo de fantasías en las que se cree dueño y señor de una voluntad que no tiene en cuenta el azar que nos envuelve. Azar y necesidad fueron dos conceptos que tuvieron su expresión máxima en el Premio Nobel de Fisiología y Medicina Jacques Monod ( obra publicada en Francia en 1970), con lo que explicó las grandes cuestiones de la biología y la genética moderna. Azar al que no podemos sustraernos ni siquiera en unos momentos como estos en los que intentamos controlar todas las variables de nuestra vida. Incluso ni cuando creemos que ésta goce de la máxima estabilidad y equilibrio estamos seguros de que así sea. Una palabra en unos labios dibujados por una sonrisa, una mirada que lee nuestros ojos, una diferente sensación ante el trabajo diario, la lectura de contenidos que nos conmueven o un nuevo despertar de alguna insospechada ilusión; lo más insignificante e insospechado puede hacer tambalear las arraigadas convicciones elaboradas en nuestra conciencia durante años y trastocar toda nuestra vida hasta colocarla al revés. No podemos eludir la casualidad y tal vez no debamos hacerlo nunca porque ella es la responsable de lo que ahora somos. Tampoco podemos luchar contra lo evidente, ni considerar que lo ideal sea la igualdad total entre sexos. Incuestionable es, sin duda, la igualdad ante la ley y los roles sociales pero nunca el hecho de tratar de esquivar la condición de seres maravillosamente complementarios. Ante este panorama no debemos pensar en resignarnos a ser sexos opuestos difícilmente conciliables, ni acatar que entendernos es imposible. Sería preferible aspirar a tolerarnos y como no, imprescindible, lograr respetarnos siempre. Porque en último término, somos dos partes de una misma realidad: un ser humano único e inigualable que se expresa con dos cerebros diferentes.

Duelo Patológico

Cómo reconocer y superar un dolor crónico
La pérdida de un ser querido, es una de las experiencias más fuertes y dolorosas que puede vivir un ser humano, y que produce profundo dolor psíquico que muchas veces no pasa con nada.
Los duelos accidentales que tienen que ver con la pérdida de personas, situaciones o cosas tremendamente importantes para uno, lo llevan a vivir un proceso de desgarramiento y recuperación.

Este proceso no es fácil ni rápido y debe de incluir sus tres etapas para que la herida sane por completo. Este proceso es lo que se conoce como “Duelo, Culpa y Reparación”. Qué hacer y qué es normal en cada etapa, nos explica la psicóloga del Parque del Recuerdo, Amparo Marín.

  • Duelo: Esta etapa se vive porque hay que penar la pérdida y no queda otra alternativa que llorarla, llorarla con el dolor que implica la soledad de algo que ya no se tiene, de algo que me quitaron o de algo que era mío pero ya no lo tengo aquí.

     

  • Culpa: Se vive porque inevitablemente, cuando uno pierde algo, se siente responsable. La culpa tiene que ver con toda aquella parte de la relación que es consustancial a las uniones humanas, en las cuales uno no se preocupó, no se entregó, no desplegó todo el amor que le habría gustado dar en la relación, y como somos absolutamente limitados, todas nuestras relaciones tienen esas carencias.

     

  • Reparación: darse cuenta de la limitación propia, tomar conciencia de que uno no es omnipotente, de que uno es un ser lleno de limitaciones y que no puede hacer más que lo que pudo hacer es fundamental para sanar. A partir de ahí empezar a reparar, arreglar la relación con la persona que se fue.

    En una relación, cuando se produce la separación, se activa una cantidad de sentimientos tremendamente turbulentos que hay que limpiar, que hay que reparar, que hay que arreglar a través del proceso de duelo.

    Otras emociones presentes en el proceso son el dolor y el sufrimiento.

     

  • El sufrimiento: a raíz de una pérdida y el dolor mental que provoca se puede obtener el lado bueno de las cosas. Puede ser fuente de crecimiento mental, experiencia que ayuda a crecer o puede ser fuente de deterioro, que lleve al escepticismo, a la sensación de sin sentido, a un predominio de lo destructivo, agresivo y de la muerte.

     

  • El dolor psíquico y la angustia: que se vive es muy grande cuando se muere un ser querido es normal que se tenga la sensación de querer o poder morir, de que se acabó el sentido de la vida, es una amenaza que atenta a la existencia de la persona. Es un período de incertidumbre, acerca de qué va a pasar sin esta parte que se ha ido.

    Posteriormente viene la angustia de “y qué hice yo en la relación con él, cuánto fallé”. Cuánto fallé, tanto en lo que tiene que ver con la muerte propiamente tal, como con cuánto fallé en toda la historia que tuvimos en conjunto; todo esto opera en el proceso de duelo.

  • Como reconocer un duelo patológico

  • Las teorías más clásicas sobre el duelo, lo conciben como un proceso que pasa generalmente por 3 fases: de impacto o impasibilidad (de pocas horas a una semana), de depresión o de repliegue (de un mes a un año), y de recuperación o restitución (después del año).

  • Cuando ya ha pasado un año de duelo, la melancolía, tristeza prolongada, aislamiento y falta de ganas de retomar completamente el ritmo de vida, dan pie al llamado duelo patológico.

    El duelo crónico es un proceso doloroso de respuestas aflictivas generalizadas, profundas y continuadas, derivadas de la pérdida de una persona con la que ha existido una relación afectiva cercana.

    Se puede hablar de tres grupos vulnerables al tema:

     

  • Aquellos que establecen relaciones afectivas cargadas de ansiedad
  • Aquellos que establecen sus relaciones afectivas a través de cuidar compulsivamente a otros.

     

  • Aquellos que afirman de modo compulsivo, su autosuficiencia e independencia respecto de los vínculos afectivos.

    En base a estas características, estos tres grupos reaccionan –ante una pérdida- con culpa y en forma autocrítica por el suceso.


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